Marzo: el mes en el que nacieron todas las flores ¡felicidades má!

jueves, 21 de marzo de 2013

5 formas para NO tener a una mujer


Todos los que no tenemos queremos una, los que tienen una quieren otra. Aquí la guía definitiva para NO tener una a través de 5 anécdotas.

¡Claro! Hablamos de mujeres.

No diré nombres, aunque si lo lees, probablemente seas tú quien vivió esa experiencia conmigo.



Flojita y cooperando

¿Quién no ha pasado una noche fantástica que sólo adolece de un buen faje (o algo más)? Eso me pasó precisamente en aquel verano.

Salí con una mujer guapa e inteligente, acaso más experimentada que yo, ¡ah! ¡pero qué mujer! Tez blanca, ojos claros, cabello lacio castaño (aunque en ese momento lo tenía teñido de güero), labios siempre entreabiertos. Cuerpo poderoso, altivo, sugerente, como una pantera a punto de asaltar a su presa.

En fin. Estábamos muy contentos, habíamos bebido bastante mientras bailábamos entre notas de música norteña, ya saben, de esa forma fogosa en que los cuerpos se entrelazan en preludio a algo aún más cachondo. Sí, todo mi ser ardía (¡uy!), fui alimentando el deseo de estar con ella a medida que transcurrían los minutos, las horas y las letras de canciones de narcos y amores extraviados.

Salimos del último lugar (porque fuimos a varios) y nos dirigimos sin rumbo fijo en una ciudad desierta en penumbras. La besé, nos besamos. Muy a mi pesar no pasó nada, digo, no hubo esa exaltación que solo deviene de un par de labios trémulos que quieren seguir zigzagueando para conocerse más. No, no hubo nada.

Nos separamos y ella siguió manejando hasta llegar a la esquina de su casa, entonces detuvo el auto, bajó el asiento del conductor a una posición horizontal y me invitó a besarla una vez más. Lo hice. Mis manos comenzaron a recorrer su cuerpo mientras mis labios se esforzaban por dar el mejor beso posible para ese momento. Comenzó a dar resultado.

En ese instante sucedió. Mi mente fue más allá, quiso enunciar algo de lo que aún ahora me arrepiento. Me separé de ella con un movimiento rápido y mirándola con una sonrisa triunfalista le dije: “así me gusta, flojita y cooperando”.

No diré más, basta con decirles que en 3 minutos estábamos frente a su casa y jamás he vuelto a besar esos labios siempre entreabiertos.

Lección 1. Nunca digas algo que pueda molestar a una mujer, al menos no antes de "aquellito".


El segundo beso

Allá en mi adolescencia tuve la fortuna de besar a la niña que me había gustado durante un año entero. Lo hice, no gracias a mis estupendas artes de conquistador o a mis dotes en el coqueteo, sino por un juego de azar juvenil llamado “la botella”.

Quien no ha jugado a la botella no ha vivido.

Ese día color sepia, un grupo de niños nos dirigimos a un parque cercano después de la escuela. Algún listillo sugirió que jugáramos a medio besarnos, a medio decir verdades y a medio cumplir castigos.

Fue mi turno, la diosa de la fortuna, el amor y los besos pubescentes decidió que el envase dejara de girar y posara su boca en ella. La niña frente a mis ojos hizo una mueca de desaire. No me importó, o bueno sí, pero no lo suficiente como para que mi cuerpo no se levantara con decisión, pero con las piernas tambaleantes y el corazón palpitante. Había querido hacer eso durante mucho tiempo, y como ustedes saben, éste transcurre más lento cuando esperas tardes enteras para ver a la niña de tus ojos sentada en su pupitre todas las mañanas.

Acerqué tímidamente mi cabeza de puberto a la de aquella niña que jamás cerró los ojos. La besé, como mejor puede hacerlo un pollito.

Negros.

Pasaron muchos años para verla nuevamente. Destino o casualidad, pero ella fue muy importante para que yo escogiera la profesión que tengo ahora. Claro que esa es harina de otro panadero, o tema de otra historia. Total que aquel día que la volví a encontrar en contra de todas las posibilidades, la consideré una señal divina.

Tenía un largo cabello lacio color castaño oscuro, era de mi tamaño, pero ciertamente más alta dado el uso generalizado de tacones. Ojos pequeños alargados, facsímil de óculos orientales. Y la boca, ¡qué boca! Creo que eso era lo que más me gustaba de ella, era un conjunto de carne horneada en bellas formas coronadas por un par de labios confeccionados a mano. Si volviera a nacer, deberían llamarle “Boca”.

Les decía, la volví a ver, e inmediatamente hicimos clic. Salimos varias veces pero nunca pasó nada, dejé de lado mi evidente atracción hacia ella y me dediqué a ser su amigo ocasional. Sí, un amigo de esos que se consideran inofensivos y pueden dormir a tu lado sin que salten sobre ti a la mitad de la noche o con el atisbo de la primera luz de la mañana.

Negros.

Dejamos de vernos muchos años hasta que por casualidad encontré su número de teléfono en una caja llena de vejestorios y botellas vacías. Mi viejo corazón adolescente dio un salto apenas perceptible. Le hablé y quedamos de vernos.

Esa tarde vi a Boca. Todo transcurrió naturalmente, reímos y bebimos en compañía de ese tipo de pláticas que transcurren sin interrupciones ni esfuerzos. Entonces ella tomó una servilleta y comenzó a escribir algo, después me extendió el papel y se levantó para ir al baño. Lo leí en su ausencia, más o menos decía así:

“¿Recuerdas aquel día en que me besaste en el parque cuando éramos niños? No me gustó nada. Tal vez ahora sea diferente.”

Eso era todo, ni una palabra más, ni una palabra menos. Sobra decir que cuando regresó no dije nada, no intenté nada, para ser sincero, no entendí el mensaje, al menos no del todo, ¿lo entiendo ahora?

Ese día personifiqué el elefante del cuento, a pesar de que ya era grande y podía zafarse fácilmente de la estaca que lo mantenía preso, su cabeza le indicaba que era un desperdicio de tiempo hacerlo, no podía, no debía.

Hasta la fecha, no he vuelto a besar esos labios eternamente adolescentes de Boca.

Lección 2. Las mujeres no son obvias, aprende a leer entre líneas, puede que encuentres oportunidades que no creías que existían.


¿Cerveza o beso?

Aquel medio día ya llevaba dos o tres días de fiesta. Habíamos ido a una de esas casas que se rentan para que las chicas luzcan su mejor bikini, mientras los demás nos dedicamos a ahogarnos en líquidos etílicos. Ya saben ustedes lo asombroso de esos lugares, verdaderas mansiones encantadas en donde como por arte de magia, aparecen vinos y cervezas todas las mañanas, tardes y noches.

Era domingo y habíamos despertado queriendo desayunar y comprar más alcohol (obviamente), así que siendo 5 los sobrevivientes nos subimos a mi coche. Ella se sentó a mi lado (obviamente) y nos apresuramos a ir al pueblo más cercano (obviamente).

¡Ah! Qué sexy era ella, o es. Cabello lacio negro (¿notan algo similar aquí?), labios carnositos en tez apiñonada. Cuerpo severo, de esos que regañan gritando que te los eches encima.

Como les decía, desayunamos algo, no recuerdo qué, lo cierto es que seguimos bebiendo entre risas y plática amena, que de eso sí que me sé dos o tres tópicos para generar discusión, y no precisamente de política, religión o futbol.

Nuevamente subimos al coche para regresar a la casa a recoger nuestras cosas cuando mis amigos comenzaron a “orillarnos” a darnos un beso. ¡Beso, beso, beso! Eran las consignas, ¡se ve, se siente, el beso está presente! Eran los vítores. 

Nos dimos nuestro tiempo, o me lo di, no sé, creo que los dos queríamos hacerlo, digo, creo, porque ella se acercó a mí parando la trompita. En cámara lenta mis labios comenzaron a ir en su encuentro cuando una vocecilla dijo, “o ¡qué Darío? ¿prefieres besar la cerveza?”, y es que hasta ese momento no había notado que tenía un envase completamente lleno en la mano.

Ella frente a mí aún tenía los ojos cerrados y la trompita parada. Mis ojos la miraron e inmediatamente bajaron para contemplar aquella cerveza, fría, muerta, helada. Entonces mi mente hizo lo que siempre hace, sabotearme.

Mientras besaba el objeto inerte lleno de vida, ella entreabrió los ojos. Proferí un “ahhh” triunfal y cerré los ojos parando mi trompita. Sobra decir que ella volteó la cara para nunca más volver a dirigir sus labios hacia los míos.

Ese día me limité a conocer más bocas… de cervezas. Desde ese entonces, nunca he besado aquellos labios aroma a rompope.

Lección 3. Nunca prefieras el alcohol sobre una mujer, bésala primero y después bebe todo lo que quieras.

Fin de la parte 1. Lee la parte dos

  

2 comentarios:

  1. Wooow
    primera parte de lujo que historias las tuyas Compita me dejaste clavadisima!!! cuando llega la segunda parte ?

    salu2

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    1. ¡Muchas gracias! Espero continuar la historia mañana o a más tardar el lunes.

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